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Fecha de viaje

El hombre con alma de café.

Por Andrés Muñoz Díazgranados.

El hombre con alma de café.

Sus abuelos son de los Erazo del Alto Nariño, de los que no les tiembla la mano para buscar fortuna y mucho menos futuro. Ellos, en medio de una crisis, decidieron que debían emigrar hacia el centro donde el oro se cultivaba en grano y donde la riqueza se cosechaba con las manos. Con la sapicencia de los años, todos llegaron a la tierra del Quindio donde, en aquel entonces, el café se convertía en la fuente primordial de la agricultura colombiana y trabajar en las fincas no solo era productivo sino rentable.

A sus siete años, se levantaba en las mañanas con el olor que producía el fogón de leña entre el hervir del café y el asado del maíz en la parrilla montañera. Su mayor recuerdo era ver a su padre comenzar el día con tanta alegría; el canto de su taita le producía calma y, al mismo tiempo, una fuerza vital. Canto que luego entendería cuando a su corta edad le pide a su madre que le permita seguir los pasos del gran jefe para acompañarlo a los campos donde el sol producía destellos en las gotas de roció de los cafetales, de aquellos seres verdes que se pierden en el horizonte y hacen del paisaje una conquista de formas, colores y texturas. En ese entonces, trabajar desde pequeño era un acto de orgullo, pues se recibía desde los primeros pasos el amor por la tierra y el deseo de aprender un oficio que ayudaría a madurar el corazón y a templar la voluntad.

Su primer trabajo entre los caficultores, fue ser el aguatero, el de los fiambres y el que atendía a todos los cultivadores mientras ellos cantaban al pasar entre las plantas para espantar las serpientes y cuando bicho raro pudiera perturbar la paz al dejar alguna picadura mortal. Así, no solo se percató que las canciones brindaban calma sino que sus notas llegaban hasta los animales que presurosos se alejaban.

Pero el estar entre montañas también exigía que el tuviera que cumplir con sus estudios, hacer sus tareas y organizar sus cosas, pues su madre tenía claro que un hombre con sus manos recoge la riqueza pero con su mente hace posible los grandes sueños. Fueron muchos los días que cumplió con su promesa de estudiar para ser mejor, pero fue la tierra la que le emocionó su fuero interno para dejarlo ser en libertad.

Hoy Juan Pablo trabaja en una de las fincas más prestigiosas de la región. Para él, las parcelas tienen sentido en la medida en que su pasión hace de ellas visiones alcanzables, al bautizarlas con nombres propios. Este hombre de 33 años, habla como si sus palabras salieran de sus venas, mientras la emoción percibe en los ojos al decir con orgullo que ahora los visitantes están en la parcela de los tulipanes, pues él imagina sus plantas como esa bella flor y sabe que al soñarla con tanta belleza, todas sus niñas mimadas crecerán esplendorosas y darán los mejores frutos. Así, cada hectárea cambia de nombre, pero todas tienen una inspiración divina, esa que se teje en un alma con principios de honestidad y amor por lo que se hace.

En estos cafetales han enarbolado conquistas, concebido familias y cosechado generaciones enteras. Aunque ya los niños y los jóvenes han perdido interés por la tierra por las leyes del gobierno que no les permite trabajar desde temprana edad, lo que, según Juan Pablo, ya no los lleva a sentir la tierra como lo viviera él cuando pequeño. Sin embargo, los cafeteros y las chapoleras orgullosos de su oficio, siguen recolectando con sus manos el oro rojo que hace de Colombia una potencia en la calidad del mejor café arábico del mundo, a la espera de que las nuevas generaciones sigan con su tradición.

Oírle hablar es un acto hipnótico, como el mejor culebrero entreteje sus historias y hace que las horas sean minutos, como esos minutos donde 15 extranjeros no solo escucharon si parpadear, sino que se llevaron una clara imagen de por qué el café de colombia vale y que al tomarse una sola tasa del líquido preciado, no solo ayudan a muchas familias como la de los García o los Erazo, sino que con certeza volverá a sus recuerdos ese momento cuando Juan Pablo les recitaba con los mejores versos montañeros lo que para el significa ser un cafetero, un verdadero cafetero colombiano.